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“Es la gracia fundamental de mi vida. Agradeceré a Dios por ello toda mi vida” (NHV I/12v)
Posteriormente, cada vez que León Dehon recuerda esta época, lo hará con un gran agradecimiento.
El preludio a Hazebrouck es bastante turbulento: en La Capelle, ni los familiares ni los profesores, ni menos León mismo, pueden domar su temperamento, y por eso el cambio de escuela es inevitable:
“La edad critica comenzaba para mí. Estaba demasiado abandonado en mí... El año fue malo. Fui perezoso... Mi madre sufría al verme en este camino. Mi padre también se avergonzaba por eso. Yo disimulaba mis defectos lo más que podía. Tenía una tremenda curiosidad por conocer el mal. Sentía una gran atracción por el baile y por las reuniones mundanas... Ya no tenía confianza con mi madre y a menudo era reprendido en mi familia.” (NHV I/10r)
El contacto de los familiares con uno de los profesores, el Sr. Boute, que es el viejo párroco de la señora de servicio, fomenta la decisión de enviar a León y a su hermano Henri al Colegio de Hazebrouck.
En un folleto, el director Dehaene presenta el programa del colegio: “Nosotros trabajamos para educar a los niños con todos los ejercicios adecuados para desarrollar las facultades del alma y del cuerpo, sobre todo con la religión, alma y fuego de las letras, de las ciencias y de las artes, fuente y modelo de todas las dedicaciones sinceras y generosas. Tenemos una supervisión paternal sobre el alumno, siempre y en todo lugar, para formarle en el amor al orden y al deber.” (citado en Mayeur, Lemire, p. 17)
La personalidad de los sacerdotes maestros, la amistad con algunos compañeros, el espíritu religioso del colegio, el compromiso en diferentes asociaciones, el entorno de los Flandres catholiques&endash; todo eso hace de Hazebrouck el lugar donde el joven Dehon tiene experiencias religiosas de una intensidad impresionante y descubre su vocación al sacerdocio, sobre la que dirá más tarde: “Lo que me extraña es que a partir de entonces mi resolución nunca se quebró.” (NHV I/29r)